jueves, 1 de septiembre de 2011

Madre

Una noche en diurnos dolores aquella mujer  dio a luz a su descendencia, hija de  la mala vida elegida por ignorancia y sagacidad que cobra con dolor y llanto la factura en años venideros, ese su triste tormento, tener  un hijo cuyo padre era hijo de las estrellas fugases del cielo de esas que solo traen infortunio, esa niña, madre, mujer yacía quebrada en llanto, su bebe dormía plácidamente a su lado, ¿quién comprendería su dolor y abandono?, nadie en esta tierra la entendería, solo dios que la miraba desde la cruz de madera de aquel viejo roble que veía al cerro de la caída del hijo del hombre, ella por las largas noches de sosiego lloro pidiendo una señal para poder continuar su vida, pero el dolor de las hambrunas la hacía desfallecer, pero en aquellos momentos de calamidad oía el llanto de aquel infante, ella en sollozos anhelaba la muerte por no poder darle de comer a su hijo, sin embargo la fuerza reaparecía para continuar aquel sufrimiento, ella peco para alimentar a su hijo, pero la cruz jamás hablo, ¿acaso era justo el pecado por aquel infante ?, a si pasaron los meses el  bebe, niño y futuro hombre crecía a pasos a agigantados, ¿cómo explicar aquella sensación de miedo al ver que su hijo crecía y a cada vez que lo hacia se parecía cada vez más a su padre?, ella sentía miedo, terror y odio por aquella maldición de ver crecer una parte de aquel hombre que la desprecio, su tierna sonrisa, su coqueta risa, su ignoto llanto seguido de una risa la cual rayaba casi en la maldad de sus fechorías que le llenaban de un cierto orgullo maligno, la mujer imploro a la cruz en llanto que la perdonase por pensar iniquidades, pero la cruz yacía en su lugar, en lamentos y nada más y así con el paso del tiempo la mujer no entendía por qué las desgracias la seguían, pues su padre murió pidiéndole perdón por no haberla socorrido cuando lo necesito, su madre en el lecho de muerte llorando le dijo su más mortal pecado,  haber criado una hija que jamás amo con el hombre que le hizo miserable su propia existencia, la mujer no pudo resistir mas y esa noche mientras el niño dormía en su cuna la mujer quito el crucifijo que veía con dolor al niño, su expresión era más vivida que nunca, la mujer, madre y nunca más niña tomo el crucifijo y lo lanzo lo más lejos que le alcanzo su fuerza, el bebe, niño y futura víctima dormía plácidamente, soñaba quizá los eternos campos de bellezas sagaces de Abdul- nat hal, y mientras soñaba aquellos sueños soñó que su madre lo abrasaba y dormía con ella el sueño de eternidad mientras susurraba “Madre”, aquella mujer, niña y ahora asesina fue arrebatada por la policía que no comprendió su dolor, aquel juez de ignotas leyes ordeno su encierro en cuatro paredes, en su encierro el llanto iba y venia, en la pared de su cuarto yacía el crucifijo abogando por su alma ante nuestro padre celestial y mientras lloraba, los hijos de las otras mujeres encerradas que visitaban a sus madres, mujeres y presidiarías todas las voces se referían a ella con desprecio, pero su conciencia todos los días de su vida le gritaría al caer la noche;
.- ¡asesina, asesina, asesina, asesina!-.     

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