03
Las calles de la
ciudad son las mismas, en la ciudad y en la boca del infierno, he salido del
callejón viejo de Martin Street y entro a Howard Street, las casas están
abandonadas, solas, no escucho ningún ruido, no hay nadie en las calles, los
carros permanecen aparcados donde siempre, llenándose de humedad por la
neblina, mientras recorro la ciudad, no hay nada, no hay ruidos, solo un
silencio perturbador, algún anuncio de la licorera se mueve por el viento, pero
no hay ruidos, avanzo lo más rápido que puedo, mientras lo hago noto algo, en las
esquinas donde permanecen los contenedores para basura, hay muchas bolsas de plástico,
son grandes, son enormes, parecen traer cadáveres, manchones de sangre hay por
todos lados, como si los hubiesen bajado de algún carro o algo y los apilaron a
lo tonto, aquello no me lo creo, pero lo peor está por venir, un ruido al fin,
un ruido conocido, el sonido de un camión, el cual entra por una calle aledaña
y se coloca frente a los contenedores, un grupo de hombres bajan del camión y
empiezan a subir los cadáveres, es un camión de basura, tratan los cadáveres
como si fuesen basura, me acerco y les saludo;
-pero uno de los
hombres saca un arma, un rifle y me apunta sin chistar, los otros continúan con
su trabajo, tras recoger los cadáveres el camión de basura prende y se marchan,
dejándome de nuevo en la soledad, regresa a reinar el silencio, ignoro aquello
y sigo mi marcha, lo pienso detenidamente, tal vez hubo una gran plaga, las
bolsas de cadáveres son las víctimas de la enfermedad, pero no tiene sentido el
hombre del sombrero, la llamada del cura, sigo de regreso a mi travesía, paso
por los comercios, algunos están clausurados, símbolos de peligro biológico,
pero no hay pistas de nada, por fin veo la plaza, avanzo más deprisa, escucho a
la cercanía pasos, acelero, espero a esos niños mutantes, pero lo pasos se acrecientan,
no son uno, son una multitud, me giro y preparo la tubería, pero veo una enorme
negrura pasar sobre mí, me protejo, pasa rápido, me descubro, no hay nada, no
hay nadie, miro frente a mí una persiana de un local cerrado, alguien escribió
en la persiana metálica con sangre;
“no deberías estar
leyendo esto”
sigo mi camino,
mientras avanzo lo escucho, el sonido, el radio del celular se ha prendido,
capta esos ruidos extraños y nefastos, pero sigo sin entender que es lo que
capta o que lo hare reaccionar a si, pienso en el hombre del sombrero, acelero
el paso, cada vez suena más, cada vez más fuerte, me estoy acercando a la
fuente del sonido, llego a la entrada de la iglesia, no hay nadie, no hay nada,
me acerco a la puerta y toco, escucho pasos a mi alrededor, observo a mis
espaldas, aquellos debían ser los niños, pequeños seres descarnados,
chorreantes de baba y dejando huellas sanguinolentas, lanzan un horrible sonido
gutural abriendo sus fauces, aprieto la tubería, la alzo y ataco a uno de
aquellos seres, son lentos, torpes y estúpidos, pero sus garras son mortíferas,
apenas puedo esquivar uno que otro de sus lances, el sacerdote abre la puerta;
-¡entre rápido!
corro lo más deprisa,
entro a la iglesia y alguien cierra la puerta, caigo de pecho, esto me saca el
aire, estoy en la oscuridad, saco el celular y prendo la linterna, estoy en un
lugar muy oscuro, es una gran bóveda, es el interior de la iglesia, las butacas
están vacías, el polvo lo cubre todo, las ventanas muestran los viejos vitrales
enseñando escenas sacras, pero no veo al cura, trato de llamarle, pero no hay
señal, las puertas están cerradas, todas menos una, la que lleva a una
escalera, sin más bajo temiendo lo peor, la escalera es larga, tardo rato
bajando y bajando, los muros parece que han cambiado de color, parecen rojos,
parecen sangre, por fin bajo de aquella escalera, una nueva puerta me espera,
la abro con miedo, adentro no hay nada que pueda hacerme daño, el celular no
suena, pero es igual de perturbador, en el sótano hay máquinas de tortura, en
cada potro hay cadáveres de mujeres clavadas, con las pesas y las estacas
filosas sus cuerpos fueron atravesados, las mujeres sufrieron bastante, en el
rostro llevan pequeñas bolsas parecidas a costales, no podría decir de que
murieron exactamente, si por asfixia o desangradas por las heridas terribles de
los potros, me alejo lo más posible, en una cama de clavos permanece una
persona aplastada contra otra plataforma de clavos, retrocedo, no quiero
acercarme a los cadáveres, en una mesa, llena de utensilios extraños y
perturbadores hay una libreta antigua, tiene extrañas anotaciones, pero son las
ultimas paginas las más peculiares, una de las anotaciones me llama la atención
y leo;
“hemos torturado a
las brujas, una de ellas, la más joven probablemente sea inocente de toda
culpa, mea culpa, pero ha sido una tarde fructífera, una de ellas si era una
bruja, acepto haber hecho invocaciones, ¿a quién?, ha invocado el nombre de
Daemus, no conozco a ese dios o a ese demonio, pero la bruja mientras más la dejábamos
caer contra el potro, entre lamentos y lloriqueos acepto que pacto con sangre
con esa identidad, la mujer está loca, habla de que Daemus es una identidad cósmica,
un ser supremo, un dios, aseguro haber recibido favores de esa deidad
misteriosa, nos ha dicho que tenía un libro con todo el material de sus brujerías,
el hermano Felipe se ha ido por el a la casa Walter, la maldita bruja antes de
perecer empezó a clamar a su dios, para después morir desangrada como las demás,
mientras escribo esto he mandado a Andrés a recoger y limpiar el área y deshacerse
de los cadáveres, mientras escribo esto sé que Andrés duda de nuestras
acciones, pero por el momento es fiel a la orden, por el momento, ¿que ha sido
eso, que es ese ruido?...”
Aquí termina la nota,
cuento los cadáveres, son 3, uno de los potros esta vacío, salgo de allí, subo
por las escaleras rápidamente, lo más prono que puedo, al salir casi me caigo
de bruces, ¿es acaso esta otra iglesia?, hay mucha luz, los vitrales muestran imágenes
sacras, pero ya no hay oscuridad, todo es gris, retrocedo, checo la puerta por
la que subí, está cerrada, checo las demás, una de las habitaciones es un
dormitorio, está muy bien arreglado, pero me perturba el maniquí de niño en la
cama, tienes lágrimas de sangre en los ojos, alguien ha sido muy perverso,
cierro la puerta, no sé qué fue eso, acabo de escuchar el lamento de un niño,
proviene del dormitorio, no quiero volver a abrir esa puerta, no sé qué me
depare, abro la tercera puerta, sentado detrás de su escritorio, permanece el
padre, supongo que es el por su atuendo, este me sonríe, pero no es su sonrisa
muy tranquilizadora que digamos...